viernes, 21 de marzo de 2014

Más sobre el diálogo


Crucifixión, talla en madera africana
Durante los últimos días se hecho evidente que el diálogo se hace imposible en nuestra sociedad - ¡lamentablemente! Sólo se puede dialogar cuando hay una base común entre las dos partes. Si una parte intenta violentar la otra, para someterla a sus criterios, no puede haber diálogo.
Preguntémonos cuál es para nosotros, los cristianos, la base del diálogo. En último termino, no puede haber otra sino Jesús. Sólo en Él está nuestra salvación definitiva y más completa. Jesús está muy claro en que no todos lo van a seguir. Por eso dice: ¿Piensan que vine a traer paz a la tierra? No he venido a traer la paz sino la división. En adelante en una familia de cinco habrá división: tres contra dos, dos contra tres. Se opondrán padre a hijo e hijo a padre, madre a hija e hija a madre, suegra a nuera y nuera a suegra. (Lucas 12,51-53). Así habla el que nos trajo la paz definitiva, no una paz como la da el mundo, sino una que sólo Dios puede dar. La consecuencia de la paz que ofrece Jesús no es la guerra, sino la división. Él es el punto de referencia, y cualquier otro que se quiere poner como tal, está causando la división. Aunque, por ahora, le pueden echar la culpa de esta situación a Jesús y sus seguidores. Pero nadie de los que se oponen a Jesús tiene la última palabra. Ésta está reservada a Él, quieran sus adversarios o no. En este sentido podemos entender también la versión de Mateo que no habla de división sino de espada, o sea, violencia. Eso no quiere decir que es Jesús quien practica la violencia. Esta interpretación sería posible sólo si consideráramos esta palabra de manera aislada. Pero dentro del contexto del nuevo testamento, no queda duda de que son Jesús y sus seguidores quienes sufren violencia.
San Pablo lo recuerda con toda claridad: A pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz. Por eso Dios lo exaltó (Filipenses 6,2-9). Y el mismo Jesús dice:Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Juan 12,32). Es precisamente al no reclamar nada para sí, al no aferrarse a ningún poder, que recibe todo de la mano de Dios.
Esta postura es dolorosa e incómoda. Nos considerarán culpables por "echar a perder el juego". Sólo si nos mantenemos muy unidos al Señor podremos resistir.

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